11 SEGUNDOS NO PUEDEN EMPAÑAR 83 AÑOS DE HISTORIA
Óscar Fernández nos trae el resumen de una edición de la Copa del Rey que pasará a la historia con un FC Barcelona Lassa que revalidó su título al volver a derrotar en la final al Real Madrid. Se ha escrito mucho sobre la misma, pero poco con tanto sentido como lo hecho por nuestro compañero que lo vivió en directo.
Desde el pasado 25 de enero, el Caixaforum del Paseo del Prado albergaba una (demasiado modesta para mi gusto) exposición fotográfica dedicada a la historia de la Copa de España de baloncesto. Desde aquel Rayo que ganó la primera edición en 1933 hasta la pasada edición en Las Palmas, las imágenes seleccionadas iban repasando los momentos más señalados de la primera competición del baloncesto nacional (recordamos que la Liga no nació hasta 25 años después). Entre las fotografías icónicas de campeones y partidos históricos (Mark Davis, Chichi Creus, Rudy&Ricky, por ejemplo) una destacaba por lo generacional de la misma: el duelo entre Fernando Martín y Audie Norris de finales de los 80. En una época en que el baloncesto (y el ciclismo) rivalizaban en popularidad con el fútbol, aquellos enfrentamientos entre Madrid y Barça paralizaban el país y reventaban audímetros.
30 años después, en el ambiente de la LXXXIII Copa del Rey (injustificable la ausencia de Felipe VI en la final) que se iba a celebrar en el WiZink Center madrileño flotaba la ilusión de una reedición del clásico de nuestro basket, que a su vez pudiera servir al equipo de Pablo Laso (gran favorito) para desquitarse de lo sucedido en el último segundo de la Final de 2018 (aquella falta de Claver a Taylor no señalada). En la deriva a lo exclusivamente futbolístico de medios generalistas o incluso deportivos, parece que solo una final Madrid-Barça puede generar expectación periodística.
En cualquier caso, los más de 500 profesionales acreditados en la Copa (bajo las directrices de Pablo Malo de Molina, el gijonés Jefe de Prensa de ACB) reflejaban ese pequeño mapa de elite del baloncesto español: la gran mayoría locales o catalanes, unos cuantos vascos, valencianos o malagueños y apenas un puñado de canarios. En la grada la proporción era bien distinta, con mayoría (obviamente) de aficionados madridistas pero no menos de 2.000 baskonistas o cerca de 1.000 taronjas. El colorido (también en la zona de prensa, con compañeros enfundados en camisetas, algo impensable en otros deportes) del Palacio en las jornadas de jueves y viernes resulta un hilo de esperanza para los que aun creemos que este deporte puede volver algún día a ser lo que fue: un fenómeno de masas.
El jueves 14 las aficiones de Iberostar Tenerife y Barça Lassa celebraron San Valentín eliminando a un desdibujado Unicaja Málaga y un peleón Valencia Basket en los dos primeros actos de cuartos de final. En prácticamente ningún momento del primer choque los malagueños parecieron creer en sus posibilidades, con un Jaime Fernández muy solo, un voluntarioso Milosavljevic, un errático Shermadini o un renqueante Carlos Suárez. Enfrente tuvieron a un equipo sin glamour ni estrellas pero que de la mano de Javier Beirán, Colton Iverson, Tim Abromaitis o “nuestro” Ferrán Bassas sabe a lo que juega y sabe jugar de maravilla.
En el segundo acto, culés y taronjas protagonizaron un duelo muy igualado que no se resolvió hasta el último minuto cuando a falta de 22” y 4 arriba el Barça, Ante Tomic robó la cartera a todos los defensores valencianos para llevarse un rebote en ataque y sentenciar sin ninguna oposición. En un encuentro sin grandes actuaciones individuales el trio Heurtel-Ribas-Tomic (46 puntos combinados) supero al taronja de Tobey-Dubljevic-Thomas (36) para llevarse el duelo por 7 puntos (86-79). La sensación que dejó el jueves el futuro campeón fue la de la un equipo sin jerarquía, jugadores dominantes ni una mentalidad ganadora, pero de un talento individual fuera de cualquier duda.
Mención especial hay que hacer en este punto al homenaje que ACB (y todo el baloncesto español) rindió a Juan Carlos Navarro al descanso del segundo partido de cuartos. Los pitos y abucheos (totalmente fuera de lugar y que fueron contestados por el resto del público) por parte de los radicales del Real Madrid, no empañaron el merecido tributo a quien ya es leyenda del deporte español.
En la jornada del viernes 15 asistimos a la mejor actuación (al menos cuantitativamente hablando) de la Copa desde que se llevan controles estadísticos. Nico Laprovittola se empeñó en que Divina Seguros Joventut no fuera un ilustre convidado de piedra y él solo (casi literalmente) mandó para casa a un Kirolbet Baskonia que goleaba en la grada en proporción de 10 a 1. Los de Perasovic echaron demasiado en falta a Tornike Shengelia y solamente en los últimos dos cuartos y de la mano de los triples de Vildoza y Janning llegó a inquietar mínimamente a los verdinegros. La exhibición de Laprovittola (50 de valoración) deja claro que el argentino es un jugador mucho más maduro que el que conocimos en Estudiantes o Baskonia, y que su futuro inminente está en algún grande de la Euroliga. Mención también para dos secundarios de lujo, como Marko Todorovic y Luke Harangody que, con 15 puntos cada uno, aseguraron la que fue mayor sorpresa de la Copa.
El acto final de los cuartos enfrentaba en un muy desigual duelo a los dos clásicos del basket madrileño. La particular selección de los equipos participantes (y en particular la presencia de un invitado local, que hasta última hora disputaron Montakit Fuenlabrada y Movistar Estudiantes) provocó que la afición estudiantil se quedará con menos localidades que otros equipos visitantes, originando la irónica sensación de ser un equipo visitante a pesar de jugar local invitado. El partido duró 12 minutos, hasta que el Real Madrid pisó el acelerador y con su enorme potencial arrolló a un triste Movistar Estudiantes que parecía desear ya que se acabase una Copa en la que llegó como amenaza blanca (les habían ganado el Día de Reyes en Liga Endesa) y salió escaldado (94-63). En un partido sin historia, quizás el dato más clarificador sea que el honor de máximo anotador blanco recayera en un secundario (de lujo) como el argentino Gabriel Deck o el 4/15 en tiros de campo del ex NBA Alessandro Gentile que estaba llamado a ser el líder de un equipo que debe ponerse las pilas para no volver a sufrir por mantener la categoría visto lo visto en esta Copa.
El sábado era día de semis y del encuentro entre aficiones en la plaza de Santa Ana (rebautizada como Plaza Basket Lover) que volvió a demostrar como (salvo contadísimas excepciones) los seguidores de este deporte no entienden la rivalidad como una cuestión de vida o muerte. Además de las camisetas de los 8 finalistas (principalmente de Baskonia, Joventut o Tenerife) se podían encontrar aficionados de Breogán, Obradoiro, Fuenlabrada o Andorra tomando cañas en armonía. Como decía el texto viral que acompañaba a fotos de científicos en precariedad laboral: como no son futbolistas ni salen en un reality, no les importan a nadie. Hoy en día solo vende la polémica y lo que genere histeria/morbo, ergo ningún medio generalista se hizo eco de el encuentro de aficiones.
Ya de tarde, en el WiZink, comenzamos con el igualado duelo entre Barça y Tenerife donde, una vez más, el equipo de Svetislav Pesic se llevó el gato al agua gracias a los pequeños detalles. Con un juego muy coral (7 jugadores anotando 9 o más puntos) pero sin ninguna actuación estelar (Pau Ribas, el más valorado se quedó en tan solo 16 créditos) consiguieron doblegar a un Iberostar que nunca dio su brazo a torcer y se quedó a un paso de la final (92-86). En los de Vidorreta se echó en falta la aportación de Beirán (sólo 2 puntos) mientras que el resto de habituales dio la talla: Abromaitis (24), Iverson (13) o Ferrán (13).
A continuación el Real Madrid cumplió con los pronósticos y se deshizo sin demasiadas dificultades de un Divina Seguros Joventut que no pudo repetir la machada de 24 horas antes. Laprovittola exhausto (volvió a jugar casi 36’) se quedó con el mérito de formar parte por derecho propio del quinteto del torneo, y a pesar de contar con el apoyo de Conor Morgan (20) o Marko Todorovic (14) a los de Carles Durán la gasolina les duró lo que les duró. Por su parte los de Laso, basando su anotación en sus tres jugadores más destacados en la Copa (Randolph, Ayón y Campazzo) pasó el rodillo para dejarse ir en el último cuarto (22-29) y aun así ganar por 12 puntos (93-81). No obstante, a pesar de las dos victorias claras, algo estaba fallando en el Real Madrid, y dos de sus jugadores más determinantes (Rudy y Llull) tuvieron un día para olvidar desde el triple. Rudy, con 1/11 y un 9%, marcó seguramente uno de sus peores datos de efectividad desde que es profesional, mientras que Sergio Llull con 2/11 y 18% no le fue a la zaga.
En el inicio el domingo 17 de la gran final entre blancos y culés se siguieron viendo estas tendencias al abuso (y al fallo) en el tiro exterior de los de Laso. El Barça Lassa se puso ya 7 arriba a poco de empezar (7-14) mientras el Madrid fallaba una y otra vez los lanzamientos exteriores. Es algo ya muy conocido como en el baloncesto actual se tira cada vez más desde fuera pero una de las claves de la derrota blanca hay que verla en su obsesión en buscar tiros lejanos (y muchas veces forzados) obviando el enorme potencial en la pintura que le aportan Tavares, Ayón o Randolph. En los 45’ de encuentro los de Laso lanzaron 36 triples (por 21 el Barça) mientras que solo intentaron 39 tiros de 2 (por 43 los blaugranas), si a esto sumamos un discreto 33% de acierto exterior, todo se entiende mejor.
En cualquier caso, la calidad individual de los Campazzo, Causeur o Ayón no solo mantuvo al Madrid en la primera parte (empate a 35 al descanso) sino que les hizo irse hasta de 17 puntos al final del tercer cuarto. Fueron momentos de un Barça desarbolado, de un parcial de 13-0 y de un Palacio que ya celebraba el título. Pero esto es baloncesto y lo vemos casi a diario, no se puede dar nunca un partido por ganado ni perdido, al inicio del último periodo los de Pesic encadenaron 5 triples consecutivos para dar la vuelta el electrónico (61-63) gracias a un 17-0 que dejó muda a la afición blanca. A partir de ahí el partido se convirtió en una increíble montaña rusa en la que emergieron los dos líderes naturales: Sergio Llull y Thomas Heurtel.
En unas jugadas que ya forman parte de la historia del baloncesto español, los blancos tiraron de casta para evitar la victoria de un Barça que estaba siendo mucho mejor, y en esos escenarios, los de la épica, los blancos se mueven como pez en el agua. Primero fue un triple de Randolph que no entró pero que Campazzo recuperó y lanzó casi a la desesperada (quedaban 20” y el Barça iba 2 arriba) sacando tres tiros libres, falló el último y la bola de partido era blaugrana. Anotó Oriola desde la personal y con solo 4.3 segundos los de Laso tenían opción de ganar (triple) o forzar prórroga. Pesic se la jugó no forzando falta a Ayón (como peor opción blanca en tiros libres) y luego llegó la enésima exhibición de sangre fría y calidad de Llull para llevar la final a la prórroga sobre la bocina.
Al comenzar el tiempo extra la sensación generalizada era que el Madrid era campeón, había salvado el match-ball, pero no se le podía escapar. Es más, la propia organización, que nos había pasado la tarjeta para votar al MVP a falta de 5’ para el final, volvió a darnos nuevas tarjetas con un evidente significado: a falta de 5’ Llull no podía ser el elegido pues otros (principalmente Ayón) estaban haciendo mejor partido, pero ahora todo el mundo sabía que el MVP tenía que ser el de Mahón. En los 5 minutos de regalo el Barça Lassa siguió con su juego más “austero” jugando balones dentro para Tomic y Claver o dejando que Heurtel inventase jugadas, mientras que los de Laso (ya sin un Rudy lesionado en el tercer cuarto y nuevamente muy desacertado) seguían con su carrusel de triples de la mano de Carroll, Llull o Campazzo.
Cada canasta era contestada inmediatamente por otra acción similar en un intercambio de golpes que llevó el resultado de la prórroga a un increíble 16-17. A falta de 13” para el final el Barça estaba 5 arriba (87-92) pero un triple (uno más) de Anthony Randolph acercó al Madrid a solo 2 puntos. Y ahí se acabó el partido, y también esta crónica, lo que pasó a continuación es de sobra conocido por todos y, lo mismo que jamás se habla de los valores diferenciales del baloncesto, ha sido utilizado por unos y otros para futbolizar nuestro deporte, para mancharlo. Es obvio que las decisiones arbitrales de esos últimos 11 segundos son errores gravísimos, casi obscenos, pero también que cuanto más se hable de ello menos se hará sobre un deporte que (como demostró la película Campeones, cuyo elenco estaba en la final vibrando con cada jugada) lucha por recuperar su sitio ante la dictadura de unos intereses económicos (e incluso políticos) que han dicho hace tiempo que aquí el único balón que sale por la tele se juega con los pies.
(Crónica: Óscar Fernández/Fotos. ACB Photo)